En el seno del movimiento del 15M se ha hecho patente la cada vez mayor discusión acerca del decrecimiento, creándose incluso un subgrupo centrado en este tema dentro del grupo de trabajo sobre medio ambiente. No obstante, como en todas las actividades organizadas en torno a la acampada de sol, el público y los conocimientos de las personas acerca de los distintos temas tratados son heterogéneos, lo cual ha sido también el caso en el mencionado subgrupo, en el que en más de una ocasión fue necesaria, pero no siempre evidente, establecer una definición de lo que es el decrecimiento. Uno de estos intentos logró alcanzar bastante consenso en dicho grupo (tal como se expuso en la asamblea del grupo de medio ambiente) y se asemeja a la definición que me dispongo a escribir a continuación, en una formulación que considero un poco más completa y que espero que sirva para futuras ocasiones:
El decrecimiento es la disminución del uso de recursos naturales y de la naturaleza como sumidero de residuos por parte del sistema socioeconómico como subsistema del ecosistema global (o ecosfera), lo cual requiere añadir a la mejora de la ecoeficiencia una necesaria reducción de la producción y del consumo. Dicha reducción debe a su vez realizarse de forma socialmente equitativa en la medida en que la distribución de ambos usos de la naturaleza –como suministradora y como sumidero– es claramente desigual en las distintas escalas de la sociedad.
Esto último, aunque esté implícito en el discurso del decrecimiento, es resaltado por muchos de sus defensores mediante el concepto de “decrecimiento socialmente sostenible”, destacando así al mismo tiempo que el decrecimiento es cada vez menos una opción, sino una necesidad, que podría no obstante aplicarse de forma autoritaria y desigual: lo que algunos denominan “ecofascismo”.
El concepto de decrecimiento nace en última instancia del rechazo a considerar el crecimiento como objetivo principal de la sociedad, propugnado por la política y la economía convencional como fetiche y símbolo de progreso y bienestar. Ello surge de la convicción de que es posible alcanzar un mayor bienestar y una mayor felicidad sin la necesidad de destruir el planeta.
Por lo tanto, en cuanto a lo que se refiere a la compatibilidad del decrecimiento con el sistema económico capitalista, siendo la lógica de la acumulación y la desigualdad crecientes inherentes a este sistema, parece claro que el decrecimiento requiere a su vez una transición hacia un sistema económico basado en el apoyo mutuo, la cooperación horizontal, el bien común y la idea de vivir mejor con menos.
Esta transición decrecentista requiere que su aplicación se haga en tres niveles: el individual, el colectivo, y el político o institucional. Se trata por tanto de un cambio que puede comenzar a aplicarse desde ya, comenzando por los dos primeros niveles –el individual y el colectivo–, que al ir de la mano son más sólidos, haciendo a su vez más realizable a la larga el igualmente necesario cambio en el tercer nivel –institucional– mediante la presión política colectiva. Es importante remarcar, finalmente, que estos tres niveles de transición decrecentista son interdependientes y por tanto igualmente necesarios de cara a generar un cambio radical (desde la raíz) hacia un mundo mejor.