Un reciente estudio de la Royal Society concluye que si no se estabilizan los niveles de crecimiento poblacional y se moderan las pautas de consumo de los países ricos, será inevitable el desencadenamiento de catástrofes económicas y ecológicas.
Me alegra que tan reconocida autoridad científica haya decidido hacer tal advertencia, y que sólo les haya llevado 21 meses de investigación. Mi recomendación personal es que salgan de sus bibliotecas y abandonen sus informes, porque dichas catástrofes llevan décadas afectando al planeta, así que amigos/as sabihondxs, LLEGÁIS TARDE. Gracias por vuestro consejo, lo tendremos en cuenta antes de que llegue ese temido año 2050 del que venís hablando en vuestras prospectivas.
Parece que el tema de la superpoblación no se trata de forma suficiente en todas aquellas iniciativas político-sociales de carácter crítico, entre las que incluyo al decrecentismo. Resultaría sencillamente ingenuo creer que un ecosistema (o un conjunto de ecosistemas como lo es el planeta tierra) puede admitir un número ilimitado de habitantes. En nuestro entorno no nos cansamos de decir que el planeta es finito. Decir esto no convierte a nadie en genocida. Pero hablar de superpoblación parece convertirse en una suerte de tabú, ya que un concepto estricto de la libertad no parecería ser compatible con la idea de sugerir a nadie que se controle a la hora de traer al mundo más crías de humanoides.
No soy biólogo, zoólogo ni ecólogo, pero creo que son de sobra conocidas las alternativas al autocontrol de las poblaciones y no son precisamente muy agradables para la especie afectada. También es importante recordar que las tasas de fertilidad mayores de 2,1 no siempre responden a imperativos religiosos, ganas de reproducirse, exceso de cariño o aburrimiento. La descendencia como valor económico, las altas tasas de mortalidad infantil, la falta de acceso a métodos contraceptivos o la baja esperanza de vida son factores a tener en cuenta.
Sin embargo, aún estamos lejos de haber llegado al límite de huéspedes que pueden morar con un mínimo de calidad de vida en este viejo trozo de roca. La concentración en grandes urbes, producto de la planificación demográfica que impone la política y economía capitalistas, es responsable en gran medida de que la superpoblación sea un problema antes de tiempo. El otro gran factor, el modelo de consumo, que acertadamente aunque con un patético retraso señala la Royal Society, refuerza la necesidad de traspasar la preocupación del ‘cuánto’ al ‘cómo’.
Una de las alertas referidas a la escasez de recursos sobre las que más se incide es la problemática del agua. Sin embargo, es precisamente el modelo de consumo occidental uno de los factores que más amenaza a una correcta gestión del agua; su utilización para productos y servicios suntuosos, prescindibles o de menor relevancia y la ineficacia en su uso son patentes (industrias varias, consumo excesivo de carne, sector del ocio…). Igualmente, la falta de conciencia medioambiental altera las posibilidades de un uso óptimo de las fuentes de aprovisionamiento. Este recurso es uno de tantos cuya optimización podría lograrse a través de una apuesta por el conocimiento. Sin embargo, éste está relegado en las escalas de prioridades por debajo de los beneficios o la inversión destinada a proyectos no tan constructivos, como la industria militar.
Ante estas dos cuestiones, consumo insostenible y superpoblación, las peores soluciones son capaces de hacer temblar al más frío de los humanos. Ante la primera ya vemos como consecuencia una concentración creciente de la riqueza en manos de élites cada vez más reducidas. Este fenómeno deriva en situaciones de desigualdad inaceptables ya que no respeta las necesidades mínimas de una gran parte de quienes están fuera de la élite. Pero además puede crear modelos, ideales de vida que miran a la cúspide, desembocando en peligrosas envidias, frustración, competencia por el ascenso social y deseos de diferenciación. Ante la segunda cuestión, excepto en China, aún no tiene lugar, que se sepa, ningún mecanismo para el control de la natalidad, o lo que es peor, la reducción masiva de habitantes. ¿Estará al llegar?