Hace poco me escocían los ojos al pasear por los andenes de metro de Madrid, no porque llevara 13 minutos esperando un tren en hora punta (eso es otro tema) sino porque la poderosa multinacional sueca H&M anunciaba a bombo y platillo su ‘Conscious Collection’: algo así como la eco-ropa sostenible de etiqueta verde. Vamos, otro intento de mal gusto por transformar prácticas capitalistas de comercio injusto, explotación laboral, deslocalización de la producción y alta carga contaminante en un negocio limpio digno de alabanzas y premios del muy de moda “green-aversicuela-system.”
Al llegar a casa quise investigar la web de H&M, y claro, encontrabas que la intención no era del todo mala, la estrategia encajaba a la perfección, porque parece que está bien introducir en prendas el uso de algodones orgánico o tintes ecológicos pero el tufillo de fondo sigue patente y al no atacar el problema de raíz se queda en eso, en un parche que huele a rancio. Es su web no te daban ningún detalle sobre la procedencia de ese supuesto algodón ecológico pero de lo que no había ningún rastro era de esa supuesta ‘consciencia la moda sostenible’ que debía apostar por una ropa resistente y de calidad (¿hay algo de h&m que dure más de 6 meses sin agujerearse?), que no estuviera supeditada a modas ni temporadas y por la cual se pagara un precio justo (se pongan como se pongan, un vestido de 19,90€ que viene del otro lado del mundo metido en un container y atravesando el pacífico no puede de ninguna forma ser ‘sostenible’) o que dejara de fomentar una publicidad basada en cuerpos de mujeres de tallas irreales.
Con la noticia del derrumbamiento de un edificio en Bangladesh (se contabilizan más de 300 muertos/as y cientos de desaparecidos/as) que albergaba los talleres textiles en los que miles de trabajadores/as fabricaban prendas para grandes marcas conocidas como Primark o El Corte Inglés se abre de nuevo el debate sobre las prácticas abusivas que se realizan en países asiáticos (por no citar otros tanto lugares del planeta).
Parece fácil encontrar alternativas al consumo de ciertos productos, sobre todo en el mundo de la alimentación, pero es cierto que la puesta en práctica de alternativas al consumo de ropa y calzado no está tan extendida sobretodo por la grandísima fuerza con la que impera el monopolio de Inditex y sus primas hermanas que copan el mercado con prendas a precios imbatibles y dejan muy poco espacio a la producción local.
Aún así, cada vez se hace más uso de la máquina de coser, la gente aprende a reparar sus prendas, a tejer, a reciclar, a compartir, a truequear y no hay centro social que no tenga su ‘tienda gratis’. Para los/las que aún quieran profundizar más dejamos un par de enlaces muy interesantes: por un lado la Campaña de Ropa Limpia, en la que podéis leer buenos artículos e investigar sobre prácticas abusivas de muchas multinacionales y este documento de Setem que no tiene desperdicio.
Desde el Decrecimiento queremos ante todo reflexionar constantemente sobre nuestros actos: analizar cada producto o servicio consumido en los países enriquecidos y qué consecuencias tiene sobre los países empobrecidos (y es que esta ecuación casi siempre se lee en esta dirección). Sólo así seremos verdaderamente conscientes del poder que la ciudadanía (y su masa crítica) tiene en el desarrollo de otras economías que ponen en el centro el bien común, los ecosistemas y las personas. Los parches y remiendos a los problemas capitalistas tienen sus días contados.